Thursday 15 August 2013

AA (2010)

He leído en estos días, lleno de envidia, varios testimonios de quienes fueron sus amigos; con todavía más envidia, los de sus alumnos. Mi experiencia con Antonio Alatorre, la persona, ese curioso hecho físico de carne, huesos, sangre y agua, es exactamente computable en cero. Pero no con Antonio Alatorre, la voz, ese sorprendente hecho de tinta sobre papel, una voz impaciente con lo ininteligible, maravillada con lo raro, con lo inútil –y con el retoño de la rareza y la inutilidad: la poesía. Ahí puedo decir que les voy ganando a muchos. (Puedo decirlo aunque no sea verdad, aunque lo diga para hacerme una ilusión intransferible e intachable.)

Alatorre no te enseña a amar la poesía: te enseña a leer. Con paciencia, con la mente y la memoria de veras abiertas. Por ejemplo: en este verso de Góngora: “En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada” –el último del soneto Mientras por competir con tu cabello, escrito en 1582–, Alatorre enseña a leer a Cervantes y su soneto a Sancho Panza, que termina así: “¡Cómo pasáis con prometer descanso, / y al fin paráis en sombra, en humo, en sueño!”, al “antigonorino” Faria e Sousa y el remate de su soneto Esto, que pronta la razón advierte: “¿Esto es frente que ha sido coronada?/ ¿Esto fue mano de jazmín vestida?/ ¡Oh vida! ¡oh sueño! ¡oh sombra! ¡oh punto! ¡oh nada!” Pero también a Philip Larkin, que en un poema se detiene ante una iglesia, “donde ya no hay culto porque la gente ya no cree”, y ¿qué es lo que queda? algo de superstición, y “Grass, weedy pavement brambles, buttress, sky...”; y al regiomontano Ramiro Garza, cuyo “poemita” Mañana (1989) dice:

Este escribir, Dios mío...
¡Qué vanidad tan breve y propagada!...
Total, mañana somos
(con todo y escribir)
tierra,
recuerdos,
nada.

Alatorre te enseña a despojarte de opiniones ajenas. Por ejemplo, de la esotérica lectura que Paz ejerció del Primero Sueño de sor Juana –publicada en Las trampas de la fe– para, sencillamente, leer el poema ejerciendo la propia y acaso ilimitada lucidez de uno mismo. En sus Cuatro ensayos sobre arte poética da gusto cómo desmonta los prejuicios propalados por los años o los siglos: de los romances de Juan de la Cruz dice, contra Dámaso Alonso, “para mí, son insufribles”; de los bailes de Quevedo, que “son mini-sainetes de tono chusco y rastrero”; de los autos de Calderón, que, salvo por su variedad métrica, son “ladrillos teológicos y exegéticos”. Tal vez lo son, tal vez no. La candidez de la voz de Alatorre te previene: no te fíes, duda. (Alatorre tiene un artículo “Contra la superstición”, Letras Libres, jul-01.)

Alatorre te enseña el solaz de lo extraño, lo frívolo. Ensayos como “Palíndromos y retrógrados”, “Consonantes forzados” (por ejemplo: el poema de Othón en ac, ec, ic, oc); notas como la que está al pie de la página 135 de su historia del español y que habla del Arte cisoria del nigromante Enrique de Villena (1384-1434), que enseña el ‘arte de cortar’ con diferentes cuchillos las diferentes carnes. Agrega Alatorre: “A un moderno le parecerá pueril escribir sobre eso… Pero ¿dónde está el límite entre lo serio y lo frívolo…?” Ese límite, claramente, existe nada más que en nuestro prejuicioso cerebro. Alatorre, claramente, sintió el mismo interés por las corrientes más profundas de la poesía que por sus destellos más superficiales: la profundidad le pudo parecer superficial; halló hondura en la superficie.


Mi experiencia con Antonio Alatorre, ese hecho físico que terminó el 22 de octubre de 2010, es idéntica a cero. Pero mi copia de Cuatro ensayos sobre arte poética está llena de papelitos, anotaciones, correcciones, que una vez juré iba a transcribir a una carta y a llevar a su casa algún día, acaso con un soneto en x que una vez le escribí, en broma. Me iba a acompañar mi padre. La gravedad –la vida que dios nos quita– me lo impidió. Ni modo.

Thursday 4 July 2013

a través de un vidrio oscuro

I
Lo verdaderamente difícil es no sentir, cuando menos una vez, que esto no es la vida sino el sueño. Acaso a eso se refiere Pablo en ese arcano y famoso pasaje (1 Corintios 13:12): “Ahora vemos por espejo, en obscuridad; mas entonces veremos cara á cara: ahora conozco en parte; mas entonces conoceré como soy conocido”: ¿un día nos vamos a despertar? Pablo escribió a mediados del primer siglo. 300 o 400 años antes Sócrates se preguntaba: “¿Cómo saber si en este momento estamos dormidos y todos nuestros pensamientos son parte de un sueño; o si estamos despiertos y dialogamos en la vigilia?” El pobre Teeteto le tiene que contestar: “Es imposible saberlo.” También en el siglo IV aC –que, cósmicamente, es ahora mismo–, pero con una agudeza poética mucho más afinada, Chuang Tzu escribió: “Una vez yo, Chuang Tzu, soñé que era una mariposa y que era feliz como mariposa; sabía de mi contento y no sabía que era Tzu. Entonces desperté y era yo, Tzu. Mas no sé si era Chuang Tzu que había soñado ser mariposa o la mariposa que soñaba que era Tzu.” En las cortes austriacas y alemanas del siglo XIII encontramos esa dislocación como un lamento de fin del tiempo: Owê war sint verswunden alliu mîniu jâr! / ist mir mîn leben getroumet, oder ist ez war?, dice Walter von der Vogelweide, o, en traducción como cantada por Rocío Dúrcal, “Cómo han pasado los años, / ¿es que he soñado la vida?” y Hartmann von Aue, en el Iwein (ca.1203), también quiebra la voz: Ist mir getroumet mîn leben? / ode wer hât mich her gegeben / sô rehte ungetânen, ¿es que he soñado la vida?, ¿quién me ha traído hasta aquí?

A Borges le fascinaba el problema. He aquí un ejemplo poco conocido. En febrero de 1937 escribió: “Una mujer deploró, en el atardecer, que no pudiéramos compartir nuestros sueños: ‘Qué lindo soñar que uno recorre un laberinto en Egipto con tal persona, y aludir a ese sueño el día después, y que ella lo recuerda, y que se haya fijado en un hecho que nosotros no vimos, y que sirve tal vez para explicar una de las cosas del sueño o para que resulte más raro’. Yo elogié ese deseo tan elegante, y hablamos de la competencia que harían esos sueños de dos actores, o acaso dos mil, con la realidad. (Sólo más adelante recordé que ya existen los sueños compartidos, que son, precisamente, la realidad.)”

La idea, casi exactamente, se iba a colar a su poemario El otro, el mismo, en el soneto que comienza: “Entra la luz y asciendo torpemente / de los sueños al sueño compartido”. Tal vez más memorable, y sin duda más recordado, es el asunto central de un cuento, “Las ruinas circulares” –escrito en “ocho o nueve días”, dice JLB, un tiempo en que todo “me parecía irreal”, salvo “el cuento que soñaba, el cuento que vivía entonces”–, que es la historia de un hombre que quería soñar a otro hombre “con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad” y que comprende, en el último instante, que él mismo es una apariencia, “que otro estaba soñándolo”.

 “Las ruinas circulares” tiene un epígrafe de A través del espejo de Carroll, que acaso nunca supo si velaba o dormía. El final del poema final de ese libro dice: “Ever drifting down the stream— / Lingering in the golden gleam— / Life, what is it but a dream?”, y el inicio del poema inicial de Sylvie & Bruno va así: “Is all our Life, then, but a dream / Seen faintly in the golden gleam / Athwart Time’s dark resistless stream?” Para Carroll en esta duda hay también un principio de pesadilla. En el capítulo IV del Espejo, Alicia, Tweedledum y Tweedledee encuentran, dormido y roncando, al Rey Rojo. “A que no sabes qué está soñando”, dice Tweedledee, y Alicia: “¡Nadie puede saber!” “¡Pues si te está sonando a ti!”, exclama Dee aplaudiendo su triunfo. “Y si dejara de soñar contigo, ¿qué crees que te pasaría?”; y Alicia: “Pues que seguiría aquí tan tranquila, claro”. “¡Brincos dieras!”, concluye, pavorosamente, “Si este Rey se nos despertara tú te apagarías, ¡zas!, como una vela”.

II
Anoche soñé que Jota y yo íbamos a mi casa con intenciones de coger. En el taxi me acariciaba por encima del pantalón y en las escaleras me mamaba el pito. Cuando entrábamos ella se iba a la cama y yo al refri por vino. Luego me daba la vuelta y Jota estaba parada frente a mí, palidísima. Me decía: Hay alguien en tu cama. Entonces íbamos juntos al cuarto. Acostado en la semioscuridad, vestido con un abrigo grueso que le quedaba demasiado chico, estaba un hombre. Era gordo del cuello, casi deforme; olía mal. Dormía un sueño intranquilo: respiraba rápidamente, arrastraba palabras en un idioma que no sé, se movía: estaba teniendo una pesadilla. Con terror me di cuenta de que mi perra no había salido a saludarnos, que no estaba en la casa o estaba muerta. Iba a moverme pero Jota me decía con la voz rota: No lo despiertes, por favor no lo despiertes, ¡te está soñando a ti! Entonces, tal vez, me desperté.